El nuevo colombiano
- spenarandag
- 16 jul 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 19 jul 2021
Durante las primeras décadas del siglo XX, Colombia se convirtió en el segundo exportador de café en el mundo después de Brasil, puesto que mantuvo hasta 2011, cuando fue alcanzado por Vietnam.
Hoy está entre el tercer y cuarto lugar, según la Organización Internacional del Café.
El café, según historiadores, es responsable de la industrialización del país; fue la puerta al capitalismo mundial, una posibilidad de estabilidad para un país pobre y violento.
Ni la quina ni el tabaco, que antes dominaban la producción nacional, lograron formar una economía que conectara, al menos parcialmente, a las principales regiones del país.
El café permitió el acceso a importaciones, desarrolló el principal río del país (el Magdalena) y dio trabajo a millones de familias.
Generó, incluso, una cultura del trabajo: "Si en toda existencia hay una escala jerárquica de valores, son los de índole económica los valores que vive el nuevo hombre colombiano. Hay en él un mayor acento de la utilidad", escribió en los años 40 el sociólogo Luis Eduardo Nieto en su reconocido "El café en la sociedad colombiana".
Con una jornada laboral de 48 horas a la semana, Colombia es uno de los países donde más se trabaja en la región.
Pero una cosa es que el nuevo colombiano resultara ser un gran productor de café, y otra, que fuera un gran bebedor del producto.

El café impulsó la economía colombiana a principio del siglo XX. Miles de familias salieron de la pobreza gracias a él.
El acuerdo de cuotas
Varios hechos explican esta paradoja del café colombiano, con la cual coinciden, en términos generales, todos los expertos consultados por BBC Mundo.
La primera que citan es de carácter geopolítico. El café es un commodity, una materia prima como el petróleo, el cobre o la soja, cuya producción o exportación dependen del contexto internacional. Durante la Segunda Guerra Mundial, el precio del café cayó y los países productores firmaron acuerdos de cuotas para limitar la producción y estabilizar el mercado. Eso se formalizó en 1962 con el Acuerdo Internacional del Café.
La Federación de Cafeteros, el gremio más importante del sector en Colombia, tomó la decisión, en alianza con productores y exportadores, de exportar el mejor café y dejar en casa, con un subsidio para la compra, el pasilla de menor calidad.
El subsidio buscaba incentivar la demanda y dar rotación a los inventarios de café que permanecían en el país.
"Eso favoreció el consumo, pero generó desincentivos a la diferenciación de calidad", dice Luis Fernando Samper, experto en denominación de origen y responsable de parte de lo que se conoce como la marca Juan Valdez.
"Pero tengamos en cuenta que para ese entones nadie tenía el paladar refinado que tenemos hoy en día", añade.
En 1989, el acuerdo internacional de cuotas terminó y el Estado colombiano dejó de subsidiar el café. Eso llevó el consumo local a niveles inferiores del promedio latinoamericano. Y el país, que lo seguía exportando en masa, quedó aún más lejos de tener una cultura de consumo de café a la altura de su reputación.
"Durante 20 años los colombianos tuvieron acceso a unos cafés con perfil de segunda", explica Roberto Vélez, gerente general de la Federación.
"La gente se lo tomaba y se lo sigue tomado más como por costumbre o por la cafeína, pero no por placer (...) Toda esa generación quedó con una codificación de café que no corresponde a la de un café de exportación de alta calidad", asegura.
Mientras esto pasaba, la Federación de Cafeteros, que ya era una de las instituciones más poderosas del país, le vendió al mundo la idea de que Colombia era el país cafetero.
Esta historia continuará en la siguiente entrada.
Daniel Pardo
Corresponsal de BBC Mundo en Colombia
Commentaires